Recuerdo, cuando era pequeño, que mi abuelo me regaló una máquina de escribir.
Era una máquina de las buenas, una Olivetti de esas que por mucho que machaques con fuerza las teclas nunca se rompían… hasta que se rompían claro.
Ahora, cuando escucho el endemoniado chillido de los ordenadores, de vez en cuando recuerdo ese momento en el que yo recibí el legado de mi abuelo. Sonriente y lleno de imaginación me tiraba al suelo con un montón de folios y me disponía a escribir y escribir durante largas horas, sin darle ninguna importancia ni tan siquiera un poquito al tiempo que invertía en ello.
Escribir, escribir lo que fuese, no importaba el qué. Llenar de negra tinta la hoja vacía de nada y pringarlo todo de letras con o sin sentido.
Hasta que un día, sin poder evitarlo, dejé de escribir.
Aún tengo la máquina de escribir. Verde, grande, y con algunas teclas, de esas que nunca se rompen por mucho que las golpées con fuerza… rotas. Y aún me acuerdo cuando escribía y con dulce nostalgia la sonrisa de mi abuelo mientras me entregaba la “máquina de hacer feliz a los niños que nunca querían ser mayores”
Y cuando no presto atención a ese recuerdo, inevitablemente aparece en mi mente, cuando enciendo la radio, o cuando a través de internet me descargo los programas del grupo Otra Tinta, Palabras al Aire .
Este programa de radio de etéreo nombre que emitimos en esta emisora, empieza con un familiar sonido, el mismo sonido que surge al golpear una vieja y enmudecida tecla. Un sonido seco y duro, que despierta mis sentidos a todo lo que conocí experimenté y pude sentir, mientras siendo niño, escribía.
Si te apetece conocer Palabras al Aire y al colectivo Otra Tinta, aquí te dejo sus tres últimos programas, click en el botón derecho de vuestro animal de compañía y que los disfrutes…