La Doctora Celia Pinto nos trae un tema de gran interés para los padres y madres que tienen hijos pequeños. Las alergias alimentarias.
Hay muchos niños que tienen alergias alimentarias. Los siguientes alimentos son los que provocan la mayoría de las alergias alimentarias:
- cacahuetes y frutos secos
- marisco y pescado, como las gambas o el bacalao
- leche, sobre todo la de vaca
- huevos
- soja
- trigo
¿Qué es una alergia alimentaria?
Las alergias ocurren cuando el sistema inmunitario comete un error. Normalmente, el sistema inmunitario te protege de gérmenes y enfermedades. Lo hace fabricando unos anticuerpos que te ayudan a luchar contra las bacterias, los virus y otros organismos diminutos que te pueden hacer enfermar. Pero, si tienes una alergia alimentaria, tu sistema inmunitario tratará por error algún componente de cierto alimento como si fuera realmente peligroso para ti.
Esto es lo que ocurre en cualquier alergia, sea a un medicamento (como la penicilina), al polen contenido en el aire (procedente de la hierba, las flores y los árboles), o a un alimento, como los cacahuetes. Por lo tanto, la sustancia que desencadena la reacción alérgica no es perjudicial en sí misma, pero la forma en que tu organismo reacciona ante ella sí que lo es.
¿En qué consiste una reacción alérgica?
Si un niño alérgico a los cacahuetes se comiera un trozo de pastel de chocolate cubierto de cacahuetes picados, he aquí lo que le ocurriría. Los anticuerpos a un componente de los cacahuetes harían que su cuerpo liberara sustancias químicas en el torrente sanguíneo. Una de esas sustancias químicas es la histamina.
Su liberación puede causar síntomas que afectan a los ojos, la nariz, la garganta, el sistema respiratorio, la piel y/o el sistema digestivo. Una persona con una alergia alimentaria puede tener una reacción alérgica leve o bien una reacción alérgica más grave. Y estas reacciones pueden ser inmediatas o bien aparecer varias horas después de comer el alimento.
Algunos se los primeros signos de que una persona puede estar presentando una reacción alérgica pueden ser el moqueo nasal, una erupción tipo urticaria que pica, o un cosquilleo en la lengua o en los labios. También pueden aparecer los siguientes signos:
- opresión en la garganta
- ronquera o afonía
- resuello o respiración sibilante (hacer «pitos» al respirar)
- tos
- náuseas
- vómitos
- dolor abdominal
- diarrea
En los casos más graves, las alergias alimentarias pueden causar una reacción llamada anafilaxia. Se trata de una reacción alérgica repentina y grave en la que ocurren varios problemas a la vez. Puede afectar a la piel, la respiración, la digestión, el corazón y los vasos sanguíneos. La tensión arterial puede bajar súbita y considerablemente, se pueden estrechar las vías respiratorias y se puede hinchar la lengua.
La gente que puede presentar este tipo de reacciones tiene que ser muy cuidadosa y necesita disponer de un plan de acción para responder bien en caso de emergencia, momento en que necesitará utilizar un medicamento especial para impedir que empeoren sus síntomas.
Muchos niños acaban superando su alergia a la leche o a los huevos cuando crecen. Pero hay algunas alergias alimentarias, como la alergia a los cacahuetes, a ciertos tipos de pescados y a las gambas que suelen ser de por vida.
¿Cómo puedes saber si tienes una alergia alimentaria?
A veces es fácil saber que un niño es alérgico a determinado alimento. Le puede salir una erupción o presentar otros problemas después de comer ese alimento. Pero otras veces, averiguar cuál es la causa del problema es mucho más complicado. La mayoría de las comidas contiene más de un ingrediente, de modo que si un niño toma gambas con salsa de cacahuete y tiene una reacción alérgica, ¿qué le estará provocando la alergia, los cacahuetes o las gambas?
Hay mucha gente que reacciona a determinados alimentos, pero que no tiene ninguna alergia. Por ejemplo, la gente con intolerancia a la lactosa tiene dolor de barriga y diarrea después de beber leche o comer derivados de la leche. Esto no significa que sea alérgica a la leche. No se encuentra bien después de tomar lácteos porque su cuerpo no puede descomponer los azúcares de la leche.
¿Qué hará el médico?
Si crees que podrías ser alérgico a algún alimento, informa a tus papás al respecto. Ellos te llevarán al médico para que te evalúe.
Si tu médico cree que podrías tener una alergia alimentaria, lo más probable es que te remita a un médico especializado en las alergias. El médico especializado en las alergias, o alergólogo, te hará preguntas sobre las reacciones que has presentado antes y sobre el tiempo que suele transcurrir entre el momento en que comes el alimento y la aparición de los síntomas (como la urticaria). También te preguntará si hay algún otro miembro en tu familia que tiene alergias u otras afecciones relacionadas con la alergia, como el eccema o el asma.
Es posible que el alergólogo (especialista en alergia) te haga una prueba cutánea (piel). Es una forma de comprobar cómo reacciona tu cuerpo a cantidades muy reducidas del alimento que te provoca las reacciones alérgicas. El alergólogo usará extractos líquidos de ese alimento y probablemente de otros alimentos que suelen provocar alergias, para comprobar si reaccionas a alguno de ellos.
El médico te raspará la piel superficialmente (será como un rápido pinchacito superficial) y dejará caer gotitas de extractos líquidos sobre el área raspada. Distintos tipos de extracto caerán en distintos puntos para que el médico pueda ver cómo reacciona tu piel a cada una de esas sustancias. Si se te forman unos granitos o ronchas rojizas que sobresalen en la superficie de la piel, significará que eres alérgico al alimento de ese extracto.
Algunos médicos también extraen una muestra de sangre y la envían a un laboratorio para que la analicen.
Es importante que recuerdes que, aunque el médico te haga pruebas para detectar alergias alimentarias exponiéndote a cantidades muy reducidas de los alimentos que podrían estar provocándote la alergia, ¡tú no deberías probarlo nunca en tu casa!. El mejor sitio para hacer la prueba de la alergia es el consultorio de tu médico, donde el personal está muy bien preparado y podría darte un medicamento de inmediato si presentaras una reacción alérgica grave.
¿Cómo se tratan las alergias alimentarias?
No hay ningún medicamento especial para tratar las alergias alimentarias. Algunas desaparecen por sí solas con la edad; pero hay otras que son de por vida. La mejor forma de tratar una alergia alimentaria consiste en evitar el alimento que la provoca, así como cualquier comida o bebida que lo contenga.
Una forma de aclararte consiste en leerte atentamente todas las etiquetas alimentarias. Cualquier alimento que te podría causar una reacción alérgica aparecerá en el listado de ingredientes de la etiqueta alimentaria. Algunas personas alérgicas son tan sensibles a determinado alimento que deben evitar cualquier producto que se haya preparado en la misma fábrica donde se fabrica el alimento problemático. Tal vez hayas visto algunos envoltorios de golosinas donde pone que se han fabricado en unas instalaciones donde también se procesan frutos secos.
Cuenta con un plan
Por mucho que intentes evitar el alimento problemático, es posible que comas o bebas algo inadecuado por error. En esos casos, intenta mantener la calma y sigue tu plan de emergencia. ¿Qué es un plan de emergencia? Es muy recomendable que, antes de que tengas un problema, elabores un plan de acción, junto con tu médico y tus papás. En ese plan debe figurar qué debes hacer, a quién debes informar y qué medicamentos debes de tomar en caso de presentar una reacción alérgica.
Esto es especialmente importante si tienes una alergia alimentaria que te puede provocar una reacción grave (o anafilaxia). En las reacciones alérgicas graves, la gente puede necesitar ponerse de inmediato una inyección de epinefrina. Los inyectables de epinefrina se venden en envases fáciles de llevar, de aspecto muy similar al de un bolígrafo. Deberás ponerte de acuerdo con tus papás sobre si eres tú quien lleva el inyectable siempre encima o si hay algún miembro de tu centro de estudios que se puede encargar de que lo tengas siempre a mano. También deberás saber quién se encargará de ponerte la inyección.
Es posible que también te interese llevar encima el medicamento antihistamínico. Después de ponerte la inyección de epinefrina, necesitarás ir al hospital o a otra instalación sanitaria, donde te tendrán en observación y se asegurarán de que la reacción está bajo control.
Vivir con una alergia alimentaria
Tener una alergia alimentaria puede ser una verdadera lata, pero no te tiene que frenar. Tu mamá, tu papá y otros adultos te pueden ayudar a mantenerte bien lejos de las reacciones alérgicas.
Pero, ¿y si hay algo que te encanta comer y resulta que pertenece al listado de tus productos prohibidos? Hoy en día, hay tanta gente afectada por alergias alimentarias que las compañías de productos alimenticios han fabricado multitud de buenos sustitutos de la mayoría de los productos preferidos para los niños: ¡cualquier cosa, desde el puré de patatas sin lácteos hasta las galletas con trocitos de chocolate que no contienen ni una pizca de trigo!
La Doctora Marta Recio desde Ibiza nos habla sobre los efectos que pueden tener sobre nuestra sexualidad.
Muchos medicamentos a los que con frecuencia se les achacan efectos sexuales adversos se utilizan para tratar enfermedades que por sí mismas pueden producir alteraciones en la esfera sexual. Los antihipertensivos y los psicofármacos se han relacionado con estas alteraciones, pero la impotencia es frecuente en pacientes hipertensos, incluso sin tratar, y la incidencia de trastornos sexuales en pacientes psiquiátricos no tratados puede alcanzar al 70%.
También las disfunciones sexuales son más frecuentes entre la población enferma que entre la sana, y la edad influye negativamente en el rendimiento sexual, lo mismo que el alcohol y el tabaco. El hecho de que muchos pacientes sepan que algunos fármacos pueden afectar su sexualidad puede llegar a provocar esos efectos.
La fisiología de la respuesta sexual, con matices, parece ser similar en ambos sexos, por lo que en teoría los fármacos afectan de forma muy parecida al hombre y a la mujer. No obstante, la respuesta sexual de cada persona es variable y la influencia que los fármacos pueden ejercer sobre ella depende de la dosis y duración del tratamiento, de la acción de otros medicamentos tomados de manera simultánea y de diversos factores físicos (integridad de los órganos sexuales, suficiencia hormonal y función vascular y neurológica) y psicológicos. Así, un fármaco puede ser tolerado por un paciente y en otro, por el contrario, causar problemas sexuales.
La respuesta sexual de cada persona es variable y la influencia de los fármacos depende de la dosis y la duración del tratamiento
En general, el trastorno sexual inducido por los medicamentos suele remitir cuando se reduce la dosis o se retira la medicación. El comienzo de las alteraciones puede suceder pasadas unas horas, semanas e incluso meses, desde el inicio de la toma del medicamento o del incremento de su dosificación.
De los fármacos a los que se les ha achacado efectos sobre la esfera sexual destacan los siguientes:
- Fármacos utilizados para el tratamiento de la hipertensión arterial (antihipertensivos). Entre ellos, los diuréticos tiazídicos pueden provocar disminución del deseo sexual, disfunción eréctil y disminución de la lubricación vaginal. Los betabloqueantes pueden generar alteraciones en la libido, así como de la función eréctil. Los antihipertensivos de acción central (clonidina, metildopa), cada vez más en desuso, pueden disminuir la libido y provocar alteraciones en la eyaculación (retrógrada y retrasada) y ginecomastia. En el campo del tratamiento de la hipertensión es bueno comentar que los medicamentos más utilizados -IECAS, ARA II y calcioantagonistas- carecen de efectos sexuales adversos.
- Medicamentos indicados para los trastornos mentales. Los antipsicóticos, utilizados para trastornos mentales severos como paranoias, psicosis o esquizofrenia, se han vinculado con la producción de alteraciones sexuales, disfunción eréctil o eyaculatoria y, en menor grado, disminución de la libido y aún con menor frecuencia aumento de la libido y priapismo, que consiste en una erección persistente y a veces dolorosa que se presenta a menudo sin estimulación sexual y que requiere atención médica urgente. Estos efectos suelen ser dosis-dependientes (sólo aparecen cuando se está tomando la medicación), salvo en el caso del priapismo, y se relacionan con cualquier tipo de antipsicóticos. En la mujer, además del descenso de la libido, puede provocar alteraciones menstruales.
Los antidepresivos se han relacionado con trastornos sexuales que pueden afectar a cualquiera de las fases de la función sexual. En relación a los fármacos antiparkinsonianos se han notificado casos aislados de aumento de la libido e hipersexualidad en pacientes tratados con levodopa y cabergolina. El efecto parece ser dosis-dependiente y reversible.
No es común el perjuicio de la función sexual por el uso de tranquilizantes mayores, y entre los menores, las benzodiacepinas pueden disminuir la libido, aunque en algunos pacientes la disminución de la ansiedad que les causan estos fármacos favorece la función sexual.
En cuanto a los tratamientos hormonales, destacamos que los esteroides anabolizantes, corticosteroides y estrógenos disminuyen los niveles de testosterona, lo que provoca disminución de la libido e impotencia, y los andrógenos, además de los efectos comentados en el hombre con problemas de próstata, pueden producir atrofia testicular y ausencia de espermatozoides en el semen (azoospermia). Los estrógenos, utilizados como método contraceptivo en la terapia hormonal sustitutiva o en algunos cánceres (sobre todo de mama y próstata) pueden producir en la mujer tanto incremento como disminución de la libido, y disminución de la libido e impotencia en el hombre.
La cimetidina, muy utilizada en tiempos pasados para el tratamiento de la hipersecreción gástrica y hoy en desuso, puede producir disminución del deseo sexual, impotencia y ginecomastia (desarrollo mamario excesivo en el hombre) que se explica por la disminución de los niveles de testosterona. Los fármacos más empleados como famotidina, ranitidina y omeprazol no parecen tener dicho efecto.
A lo largo de los meses de otoño e invierno, las infecciones respiratorias en niños aumentan su incidencia. El Doctor Iván Carabaño, Pediatra del Hospital 12 de Octubre de Madrid nos cuenta que a pesar de su alta frecuencia en niños, es habitual que nos encontremos con falsos mitos para abordar su manejo. A continuación comentamos algunos de los errores y falsas creencias más frecuentes.
Diez creencias erróneas sobre las infecciones respiratorias en niños
-La tos hay que cortarla siempre. Falso. La tos es un mecanismo de defensa que favorece la movilización de secreciones. En caso de no producirse esta movilización, el moco estancado puede sobreinfectarse secundariamente por bacterias, con lo cual el proceso puede empeorar. Únicamente hay que plantearse el hecho de atenuar la tos en pacientes postoperados, o en caso de impedir completamente el reposo nocturno. Recordemos, no obstante, que cuando los niños están acatarrados duermen mal por un cúmulo de circunstancias, y no solo por la tos: les molesta la garganta y las articulaciones, con la fiebre puede distorsionarse el patrón normal del sueño, etc.
– El niño tiene moco verde y espeso, porque su catarro se ha complicado. Falso. Con el paso de los días, la mucosidad se vuelve más y más espesa. Es la evolución normal de cualquier catarro.
– La mejor medida contra los mocos es un buen jarabe. Falso. La mejor medida contra los mocos es una buena hidratación del menor, y despejar sus fosas nasales con una buena embolada de suero. Por cierto, los lavados nasales no se han de hacer preventivamente; se han de hacer sólo cuando el niño vaya a comer y tenga su nariz ocupada, o cuando esté muy molesto por la obstrucción nasal.
– El niño tiene fiebre, y hay que arroparlo mucho, porque los catarros se han de sudar. Esto es falso. Con la fiebre se tiende a perder líquidos, y el hecho de pasarnos colocando al niño debajo de una gran capa de jerseys/mantas/abrigos puede provocar malestar en el menor y riesgo de que se deshidrate.
– El niño tiene fiebre, y por tal motivo no hay que bañarle. Esto no es cierto. Un niño con fiebre puede ser bañado sin problemas, a ser posible con agua tibia. Tenga en cuenta que, cuando se tiene fiebre, se suda más que cuando no se tiene fiebre.
– Los catarros “fuertes” se han de tratar con antibióticos. Falso. Los catarros son secundarios a infecciones víricas, y los virus no mueren con los antibióticos. Eso sí: hay ciertas complicaciones que en ocasiones aparecen secundariamente a un catarro (otitis supuradas en niños pequeños, sinusitis, neumonía) sí que se han de manejar con estos fármacos, pues son el fruto de una sobreinfección bacteriana. Las bacterias sí que mueren con los antibióticos.
– Mi médico se ha confundido: le ha diagnosticado una sinusitis a mi hijo sin hacerle una prueba radiológica. La realización de una radiografía de senos paranasales no es necesaria para diagnosticar una sinusitis aguda. La sinusitis se diagnostica por la clínica: presencia conjunta de fiebre y síntomas respiratorios, con moco persistente en la parte posterior de la faringe, durante más de diez días.
– Cuando al niño le duele la garganta o está afónico, hay que ponerle en el cuello un pañuelo impregnado de alcohol. Esta medida no solo no beneficia en absoluto al menor, sino que puede derivar en irritación local de la piel. Además, dado que la permeabilidad de la piel en niños pequeños es más alta que en adultos, dicho alcohol puede absorberse y pasar a la sangre.
– A un niño con bronquitis, el humidificador le viene bien. Esto no es correcto. Es más, hasta a un 50% de los niños con afectación bronquial, la humedad ambiental les perjudica.
– La bronquiolitis en un lactante menor de tres meses se ha de tratar con broncodilatadores. Esto no es correcto. La bronquiolitis, técnicamente hablando, es el primer episodio de dificultad respiratoria con sibilancias (comúnmente conocidas como “pitos”) y de causa infecciosa en un niño de menos de dos años. Se debe a edema en la pared de los bronquios de pequeño tamaño, y dicho edema aparece a raíz de una infección vírica. Hay que hacer notar que los broncodilatadores no se han mostrado eficaces en los lactantes más pequeños. Por lo tanto, su uso de rutina no está indicado.
Terminamos hablando de seguridad vial. La conducción en lluvia.
Según diversos estudios el riesgo de sufrir un accidente cuando llueve es un 70% superior, al reducirse la visibilidad y la adherencia del asfalto. Hay tres grandes grupos de factores que explican cómo la lluvia afecta a la visibilidad en la conducción. En primer lugar, cuando llueve hay menos luz ambiental y las gotas de agua en el aire reducen la visibilidad horizontal, definida como la distancia máxima a la que un observador puede distinguir un objeto.
En segundo lugar, la lluvia modifica drásticamente el entorno visual de los conductores, especialmente de noche. Filtra parte de la luz de los faros y reduce las zonas iluminadas; cambia la luz que se refleja sobre la carretera (el asfalto se ve más oscuro), reduce las propiedades reflectantes de la pintura de las marcas viales, disminuye el contraste entre los objetos y su fondo, y cambia la percepción visual de ciertas superficies.
Parabrisas
Pero el efecto más peligroso de la lluvia es que afecta la capacidad del conductor para ver a través del parabrisas. Según el estudio de Andrey y Knaper «la visibilidad reducida bajo condiciones de lluvia se debe principalmente a la perturbación visual en el parabrisas, más que al efecto atmosférico en sí. Las gotas de agua en el parabrisas distorsionan la luz y reducen el rendimiento visual del conductor. Incluso con los limpiaparabrisas en funcionamiento, la falta de uniformidad de la capa de agua sobre el cristal explica la mayor parte de la reducción de la visibilidad. Este efecto se multiplica si el parabrisas sufre desperfectos (impactos, grietas, arañazos…) y si también se ha manchado con el barro y grasa que suele haber en la carretera». Todo ello aumenta la carga mental del conductor y hace que dirija la mirada a puntos más cercanos de la carretera, lo que produce una menor capacidad de anticipación a las situaciones de la conducción.
10 consejos para evitar accidentes
LIMPIO.- Mantener el parabrisas en buen estado, sin daños y limpio. Según un estudio de FESVIAL, 6 de cada 10 conductores no comprueba que su parabrisas permita una buena visión.
ESCOBILLAS.- Tener en perfecto estado las escobillas de los limpiaparabrisas. Según ese mismo estudio, el 75% de los conductores españoles reconoce haber conducido con las escobillas en mal estado y más de un 70% no las sustituye con la frecuencia recomendada.
REPELENTE. En el mercado existen tratameintos repelentes de lluvia para aplicar en el parabrisas. Hacen que las gotas de agua apenas toquen la superficie del cristal, formando “perlas” que ruedan rápidamente. Diversos estudios indican que los tratamientos hidrofóbicos mejoran la agudeza visual y que son particularmente beneficiosos de noche.
EMPAÑAR.- Cuando llueve, los cristales tienden a empañarse más rápido. Un cristal sucio por dentro hace que se empañe con más facilidad y que sea más difícil de desempañar. Esto también es importante en las ventanillas laterales, que nos permiten ver a través de los retrovisores exteriores. Lo más eficaz es poner la ventilación en su función específica (la que dirige el aire hacia el parabrisas), con al aire acondicionado y la recirculación, además de la calefacción.
LUCES.- Encender las luces de carretera para ver y ser vistos, no las largas, pues su reflejo reduce la visibilidad. En condiciones extremas, activar los antiniebla traseros y apagarlos cuando el tiempo mejore.
ASFALTO.- “Leer” el asfalto para buscar charcos o regueros que puedan causar un acuaplaning, y también para detectar su agarre: un asfalto claro que refleja como el cristal tiene menos agarre que uno oscuro que no reflecta la luz.
DISTANCIA- Aumentar la distancia de seguridad. Esto os dará más tiempo de reacción ante imprevistos y reducirá el agua en suspensión que levanta el vehículo que llevamos por delante.
EN ALERTA.- Fijarnos en las luces de los coches que nos preceden, pues nos ayudan a saber por dónde va el camino y si hay imprevistos que les obligan a frenar.
PARAR.- Si la visibilidad se reduce hasta imposibilitar la conducción, parar en un lugar seguro para no ser embestidos por otro vehículo. Hasta encontrar ese lugar, avanzar alternando la vista al frente con miradas más cercanas a izquierda y derecha buscando las líneas de la carretera.
ADELANTAR.- Estar atentos a los vehículos que nos rodean, sobre todo, camiones y autobuses, pues pueden levantar grandes cantidades de agua al pasar sobre charcos. Mirar bien hacia delante antes de adelantar o cruzarnos con ellos, para saber lo que va a pasar durante esos segundos en los que se pierde la visión. Si recibimos una de estas grandes salpicaduras por sorpresa (sobre todo, cuando vienen del sentido contrario de una autovía o autopista) no perder la calma por el impacto, ni por quedarnos “a ciegas”: hay que mantener la trayectoria y no dar frenazos bruscos